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domingo, 12 de abril de 2009

Cuentos de Erian - Valcalia (Parte 2 de 3)

Y aprovechando la publicación de esta segunda parte del relato Valcalia (recordad, englobado en el mundo de Erian), os felicito a todos la Semana Santa, aunque quizás leais esto cuando ya haya pasado.Espero qúe sean días de tranquilidad y provecho.

¡Ah! Próximamente,en cuanto concluya este relato, os hablaré de una saga fantástica que me ha cautivado como sólo lo habían conseguido mis dos libros de fantasía preferidos, El Señor de los Anillos, y Añoranzas y Pesares.

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VALCALIA (Parte 2 de 3)

El poblado del Valle de Valcalia dejó de ser lo que era. Aunque a viva voz la gente alababa la iniciativa del duque, argumentando que aquella medida serviría para disuadir a los criminales, más allá de la palabrería el miedo se aposentó en la zona. Los niños dejaron de corretear por el pueblo, incluso los adultos se afanaban a llegar a sus hogares antes de la caída del sol. La visión de los cuerpos desgajados frente a la Torre era una visión tan desagradable que nadie quería enfrentarse a ella. Pero nadie decía nada, nadie alzaba la voz, como si el instinto les dijera que no era conveniente.
Valcadar vivió aquellos días sumido en el desasosiego. Todo se desmoronaba, lo podía advertir en cada pequeño detalle. El ambiente en la Torre era insoportable, no había ilusión, alegría o sensación que se pareciera. Todos parecían embotados bajo el yugo de lo que no podía negarse, aunque sólo fuera admitido entre susurros: se hallaban sumidos en una tiranía basada en el horror. El duque se había desentendido totalmente del gobierno de sus tierras. Sólo le importaba tumbarse en su salón para saciar todos sus apetitos. Para colmo, habían pasado dos semanas desde el primer desmembramiento —al que habían seguido otros dos, de unos supuestos ladronzuelos en el mercado— y el capitán no sabía nada de Marvian. Dos sospechas cruzaban por su mente: que el Caballero del Fénix hubiera marchado en sigilo hacia Calanas, para denunciar los abusos de Lath, o… no, ni siquiera se atrevía a considerar la otra opción.
Cuando parecía que las cosas no podían torcerse más, comenzaron las extrañas desapariciones de gente común, la mayoría granjeros o ganaderos… desaparecían cuando realizaban sus tareas, y aunque la gente deseaba creer que no se trataba más que de accidentes, todos miraban a la Torre y recordaban los alaridos que, de tanto en tanto, los despertaban por la noche.
Poco a poco, un grupo de valientes pero tal vez insensatos habitantes movieron los primeros hilos de una rebelión contra el duque. Pero aquello era un pueblo pequeño, los rumores pronto pasaban de boca en boca, y a no mucho tardar alguien del alcázar supo del asunto. Cuando una mañana volvieron a colgar los maderos, y los habitantes vieron las cabezas decapitadas de algunos de sus vecinos, clavadas en lo alto de las estacas, ya no pensaron en más rebeliones.
El éxodo no se hizo esperar. Más compungido que nunca en su vida, Valcadar contempló desde la Torre cómo, una tras otra, día tras día, familias enteras dejaban el valle. El duque trató de frenar la huída, y lo logró con mano dura. Instauró una edicto por el que, quien abandonara el pueblo, sería pasado por la hoja por deslealtad.
Valcadar no podía soportarlo más. Su hogar se había convertido en un despropósito horrible y emponzoñado por el mal. Debía hacer algo, ¿pero qué? Lo ataba la promesa de servir al Ducado de Valcalia, sea quien fuere su señor. Y aunque no era un paladín, el capitán daba mucho valor a su propia palabra. Además… ¿qué podía hacer un solo hombre contra un loco como aquel y todo su séquito de arteros oportunistas?
Pero todo tenía un límite, y Valcadar lo encontró un día. Bajó a las mazmorras en busca de Lango, que ahora se había convertido en el favorito del Duque. Éste se hallaba en plena cacería, en los cotos al oeste, y durante su ausencia, probablemente de unos cinco o seis días, el antiguo verdugo tenía las responsabilidades de la Torre. Pero en lugar de al odioso Lango halló una fina luz en la pared, una línea que le hizo recelar. Al acercarse con un candil en la mano advirtió que en aquel rincón de los calabozos había una puerta secreta de la que no había tenido jamás noticias, lo cual no era extraño pues su superficie se camuflaba a las mil maravillas con el empedrado gris. Pero la habían dejado descuidadamente abierta, y la curiosidad del capitán pudo más que su prudencia. La abrió un poco más, y un hedor insoportable lo golpeó hasta dejarlo exhausto. Vomitó, pero luego alzó la cabeza y allí, encadenado en un sucio habitáculo lleno de orín y excrementos, vio un cuerpo desmadejado en el suelo que, a pesar de su delgadez, reconoció al instante.
—Por los Dioses Moldeadores… ¡Marvian! —gimió.
Y se abalanzó hacia su amigo. Comprobó con alivio que el prisionero aún vivía, si bien su aspecto había cambiado mucho. De un hombre ancho, buen aficionado a la bebida y la comida, ahora sólo quedaba un saco de piel, músculo y hueso. Y podía dar gracias a la grasa de la que tanto había renegado en tiempos pasados, porque de otra forma habría fallecido hacía tiempo.
—V-Valcadar… —murmuró el paladín— ¿D-de verdad eres tú? ¿O es otro de mis delirios?
—¡Soy yo, amigo!
Marvian lloró amargamente. Durante días en apariencia sin fin su fuerza de voluntad lo había mantenido indemne a las torturas que había sufrido, pero ahora, al contemplar a su amigo, no pudo más que estallar en lágrimas. Valcadar apenas pudo imaginar lo que el buen hombre había padecido. Le habían vaciado un ojo y amputado la zurda; muchos cortes cruzaban su rostro y entre los harapos que lo cubrían el capitán vislumbró terribles moratones y heridas.
Sin pensar en las consecuencias de sus actos, Valcadar soltó los grilletes de su amigo. Apenas sin fuerza, Marvian tuvo que contar con el apoyo del capitán para lograr sostenerse. Con mucho esfuerzo, y logrando esquivar a guardias y sirvientes, Valcadar logró llevar al paladín a su propia alcoba. Allí lo cuidó durante todo el tiempo que pudo. Por suerte las heridas de Marvian no eran graves, quizás el buen Valdar lo había protegido de la infección, porque con varias comidas abundantes y un par de baños el hombre se sintió casi recuperado. Valcadar suspiró, pues se les agotaba el tiempo. Suponía que Lango había ya descubierto la desaparición de Marvian, y si no había dicho nada era porque en teoría el apresamiento del paladín era un tema que sólo debían conocían él y Lath. Era un tema muy grave aprisionar a un Caballero del Fénix, y por tanto lógicas las prudencias de ambos miserables. Pero Valcadar no dudaba de que a su regreso Lath removería cielo y tierra para hallar, o en su defecto descubrir, qué había pasado con Marvian.
Aquella misma noche el capitán organizó la huida de su amigo. Éste quiso oponerse, pues entre los paladines no estaba bien considerado escapar de un rival. Pero Valcadar lo convenció con facilidad.
—Debes llegar a Calanas y advertir al Rey Garlaen. Es el único modo en que podrás salvarnos a todos los que seguimos aquí encerrados por ese monstruo. Mucha gente depende de ti ahora.
Aquella frase fue definitiva. Por encima incluso de su propio honor, al menos en teoría, un Caballero del Fénix siempre debía considerar el bienestar de cualquier necesitado.
Antes de montar en el alazán que Valcadar había logrado sustraer del establo, Marvian posó su mano en el hombro del amigo.
—Eres digno de pertenecer a la Orden del Fénix. Aquí y ahora, yo te prometo que volveré con una legión de soldados para acabar con ese malnacido. Os liberaré a todos.
—Y yo te esperaré, amigo.

3 comentarios:

Víctor Morata Cortado dijo...

Muy buena continuación. Este relato se de los más oscuros dentro de Erian que te he leído y me gusta. Espero ansioso la tercera entrega y la mención de esa fantasía épica de la que hablas. Espero que la Semana Santa te haya tratado bien en todos los sentidos. Yo en pocos días volveré a reactivarme pues no he podido apenas escribir. Un abrazo colega.

Velkar dijo...

Interesante a más no poder. Espero ansioso la conclusión.
Un abrazo.

Anothnio dijo...

Muy interesante

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"