Saludos, caminantes.
Esta semana os dejo con la segunda parte de la entrevista a Pedro Santamaría, autor de la magnífica "El águila y la lambda", una novela histórica ambientada en la Primera Guerra Púnica, y por ello muy especial para mí (porque transcurre justo antes de "El espíritu del lince", porque Pedro es compañero de editorial, y porque es un tipo magnífico). Espero que la disfrutéis:
—Cuatro personajes y
cuatro puntos de vista totalmente distintos. Supongo que esa fue tu
intención. Háblanos brevemente de ellos.
—Así es. Aunque la
narración de todo lo que es la situación política y estratégica
sigue una línea cronológica, cada uno de los personajes se va
alternando y vemos el conflicto desde su perspectiva. Marco Atilio
Régulo, el cónsul, observa la situación desde el mando y la alta
política. Es un hombre de honor, recto, capaz, inteligente y
energético. Aulo Porcio Bíbulo, que comienza la historia como
remero en una de las naves romanas es un plebeyo de la más baja
estofa, un poco golfillo, le gustan los dados, las mujeres y no
siente ningún interés por la política. Arishat, la cortesana, es
una mujer atractiva e inteligente que ha logrado escalar en el
mercado del sexo hasta lo más alto y que satisface los deseos de
grandes políticos cartagineses. No cree en el amor y se podría
decir que hasta desprecia a los hombres, a quienes, sabe no solo
complacer sino también, hasta cierto punto, manejar. Y por último
está Jantipo, el mercenario espartano. Su código de conducta y su
vestimenta son arcaicos, es un excelente general, su vida ha sido la
guerra, lleva la austeridad al extremo y siente una profunda
melancolía por lo que Esparta fue y no es.
—Lo curioso es que
ninguno de los cuatro personajes tiene el rol de villano. Incluso
Régulo, que podría parecerlo al principio por tratarse del
conquistador, se hace cercano al lector muy pronto. Lo más parecido
a un «malo de la película» es Longo. ¿Algún motivo especial para
plantear de este modo la novela?
—Digamos que mi idea
era que ambos antagonistas resultasen carismáticos, como de hecho
debieron ser. No se trataba de hacer un bueno y un malo, sino que, a
medida que la situación va rumbo a esa colisión que es la batalla
final, uno no sepa muy bien dónde residen sus simpatías. Hay
razones para que ambos ganen, ambos merecen la victoria, pero solo
uno puede ser el vencedor. Puede decirse que quienes se enfrentan en
Bagradas son dos hombres de honor y dos excelentes estrategas, cada
uno juega sus bazas pero tras ellos se cierne la sombra de la
política. Respetan al contrincante que tienen enfrente, pero el
peligro real no viene de esa dirección, sino que más bien anida en
las ciudades por las que luchan, donde la ponzoña de los intereses y
las maquinaciones políticas les causan más problemas que la guerra
en sí.
—Te confieso que una de
las cosas que más me gustó fue cómo has planteado las batallas
(excepto el combate final): las preparas, y cuando están a punto de
desatarse, cortas el capítulo y dejas ese momento en suspenso. Crea
un poderoso efecto en el lector. Es efectivo.
—Por un lado, no quería
cargar el relato de descripciones que no eran esenciales para la
trama y por otro, he de admitir que una espada puede clavarse en un
contrincante de un número limitado de formas. Hay tres batallas de
las que cuento tan solo los pasos que llevan a ellas y luego, en
capítulos posteriores, su desenlace. Si quería describir Bagradas
con todo lujo de detalles, tenía que abandonar la idea de describir
otras, por miedo a mostrarme repetitivo con las estocadas, los
chorros de sangre y los hombres tendidos en el suelo aullando de
dolor. Y sí, ha resultado ser muy efectivo, se sabe lo suficiente y
la trama sigue su rumbo sin interrupción.
—Yo sigo alucinando
desde que me dijiste que «Okela» era la primera novela que
escribías en toda tu vida, y que ni siquiera sufrió un rechazo
editorial. Para colmo, aseguras que no lees novela, solo ensayos.
¿Por qué entonces diste el paso a la literatura de ficción?
—Okela respondía a un
sueño de la infancia, cuando fantaseaba con aquella cita de Estrabón
en la que el geógrafo griego afirmaba que los cántabros eran
descendientes de los espartanos. Aunque también ha tenido que ver
con esa frasecita tan conocida de “el árbol, el hijo y el libro”.
No es que no lea novela histórica, algo leo, aunque no mucho. Pero
lo que más me gusta es la historia a secas. Nunca había escrito
ficción, tampoco historia, salvo, en ambos casos, los trabajos para
la escuela. Por las notas que sacaba se ve que se me daba
relativamente bien, pero vamos, que nunca antes había escrito nada
digno de mención (alguna carta de amor, eso sí, y los típicos
poemas de adolescencia que ahora da vergüenza leer). De hecho,
cuando puse el punto final a Okela, pensé que no volvería a
escribir más, y henos aquí con una nueva novela publicada en menos
de un año. Jamás creí que mi vida tomaría este rumbo.
—Y ahora sacas la
segunda. Vas lanzado. Eres la envidia de todos los que formamos este
gremio. ¿Te sientes ya plenamente escritor?
—No creo que despierte
mucha envidia, como dirían Okela o Jantipo: “Esparta tiene hombres
mejores que yo”. Y no, no me considero escritor. Para mí un
escritor tiene un aura mágica, es alguien que tiene un profundo
conocimiento de la lengua en la que trabaja, que vive de lo que
escribe, que es capaz de decir mucho con pocas palabras y que es
capaz de moldear un texto que marque profundamente a cualquier
lector. Como mucho diría que soy autor de un par de novelas, o por
tomar una frase prestada de Mario Vargas Llosa “soy un escribidor”.
Bien es cierto que una vez que he tomado esta senda pienso seguirla a
ver a dónde conduce. El camino no es fácil, pero estoy deseando
andarlo y dar lo mejor de mí. ¿Llegaré a ser escritor tal y como
lo concibo? Sólo las musas lo saben pero, por mí, no creo que
quede.
—¿Nos puedes adelantar
qué próximas historias cueces en tu cabeza?
—Pues son muchas, de
hecho he empezado a escribir una que tiene como telón de fondo la
tardo-antigüedad en Hispania. Tengo más o menos la historia en la
cabeza, pero hay que encontrar tiempo y las musas tendrán que
encontrarme delante del teclado. Una de las razones por las que aún
no me he puesto a ello seriamente es que quiero hacerlo mejor que con
“El Águila y la Lambda” y a veces dudo de que vaya a ser capaz.
El tiempo lo dirá.
—Un saludo, Pedro, y
gracias por darnos a conocer un poco mejor tu novela.
—De nada Javier. Ha
sido todo un placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario